Maria Santos Gorrostieta murió asesinada en Cuitzeo, en el estado mexicano de Michoacán, en noviembre de 2012. Hace ya más de un año. Era médico de profesión, tenía tres hijos y tan solo 36 años. Una edad demasiado corta para morir, y más aun de forma violenta, que es siempre una muerte injusta.
Su marido había sido alcalde de Tiquicheo de Nicolás Romero y se había negado a plegarse a las bandas criminales de la zona, que venían cobrando impuestos a las gentes desde hacía siete años. Marido y mujer hicieron frente a los mafiosos, que intentaron atemorizarles atentando tres veces contra sus vidas. En la segunda ocasión murió el esposo, y María, frente a lo que esperaban sus enemigos, se negó a darse por vencida. Tan fue así que se presentó ella misma a las elecciones para alcalde, las ganó y ejerció de alcaldesa entre los años 2008 y 2011.
Los cobardes violentos, cuando van en manada, como los borregos, no perdonan el valor de quienes les hacen frente. Las mafias de Tierra Caliente, con nombres tan extravagantes como la Familia Michoacana y los Caballeros Templarios, intensificaron los ataques para intentar doblegarla, pero ella respondió con un coraje extraordinario.
“A pesar de mi seguridad y la de mi familia, tengo una responsabilidad con mi pueblo, con los niños, mujeres, los ancianos y los hombres que se parten el alma cada día sin descanso para procurarse un pedazo de pan. No puedo claudicar cuando tengo tres hijos a los que debo educar con el ejemplo”, dijo.
Hay vidas y declaraciones que no necesitan comentario, basta con contarlas, y esta es una de ellas. Como en las viñetas de los chistes que se entienden sobradamente, el rótulo tiene que ser: “Sin palabras”.
En los tiempos que corren, cuando en nuestro país las crisis que venimos padeciendo dejan a las gentes sin trabajo o no les permiten encontrarlo, cuando los jóvenes han de salir de España para dar con un empleo, los dependientes se ven desasistidos y, sin embargo, proliferan los escándalos de corrupción, las pérdidas por mala gestión , el abuso de los sueldos millonarios, los traspasos de futbolistas que alcanzan precios astronómicos, la falta de personajes ejemplares es una carencia más, y de las grandes.
Y es que hay personas (mujeres y varones) que hacen su vida en primera persona, porque no dejan que otros se la hagan, porque quieren ser y son protagonistas de sus vidas, quieren escribir y escriben el guión de su propia novela. No se dejan amilanar por las mafias, la presión social, el riesgo de perder prestigio, dinero o poder. Pueden decir “Yo hago” y no “Me hacen hacer”. Son autoras de su existencia en primera persona del singular.
Pero lo son porque para ellas tiene pleno sentido vivir en primera persona del plural, en ese “nosotras” que para María Santos eran los niños, las mujeres, los ancianos y los hombres de su pueblo que día a día se dejaban la piel por conseguir un pedazo de pan, y los tres hijos a los que se tenía que educar con la palabra, pero sobre todo con el ejemplo.
No se puede claudicar cuando se vive la vida en primera en primera persona del singular y del plural. Ese es el mundo de la libertad en sentido profundo.