«Te queremos, Daniel»
Este es el rosal que ha plantado el jardinero del lugar donde descansa el cuerpo de Daniel, con este gesto tan bonito y sin pedir nada a cambio, vemos el lado más humano y conmovedor de las personas… Gracias también a Red el hueco de mi vientre por este apoyo incondicional y cariñoso.
Te queremos Daniel.
Desde la red damos las gracias a los padres de Daniel por este aliento que nos envían. El jardinero del cementerio ha tenido un hermoso gesto con los padres en duelo. Un verdadero profesional.
La solidaridad vence al egoísmo como el amanecer vence a la noche.
«La despedida del hijo que muere en el primer trimestre de gestación»
Ha habido momentos muy importantes en nuestra vida, y entre los más duros ha estado la pérdida de tres bebés que se quedaron en el camino y que no llegaron a ver la luz del día. Cada cual supuso para mí un dolor distinto, pero quiero contaros hoy algo que para mí fue fundamental para poder tirar para adelante, y lo quiero contar, porque sinceramente creo que si hubiese profesionales que en estos momentos supiesen acompañar a las mujeres en ese trance, no saben cuánto ayudarían a sobrellevar ese dolor inevitable de la pérdida.
El día 6 de julio se producía todo el desenlace, estaba embarazada de 10 semanas, llevaba un día entero con importantes hemorragias. En la despedida con los amigos, mientras tomábamos un café sentí que algo salía de mí, cuando acudí al baño, encontré un inmenso coágulo en el que pensé que estaba mi hijo y lo guardé para llevarlo al hospital. Posteriormente en el camino, estaba a más de 200 kilómetros de mi casa, volvía a sentir lo mismo y un nuevo coágulo de grandes dimensiones salió. También lo guardé, quería que en el hospital pudiesen ver y decirme por qué había vuelto a perder un hijo de nuevo.
En un momento como este queríamos estar cerca de casa. Llegamos al hospital. Urgencias, Pamplona, 12,30 de la noche del 6 al 7 de julio, San Fermín, la gran fiesta de Navarra. Imaginaba lo peor, con las fiestas el servicio médico sería fatal y todo estaría colapsado en urgencias, pero no, había tranquilidad, mi marido y mi hija de 3 años se quedaron en la sala de espera y en el parque esperando a que me atendieran.
Pero todo esa noche de dolor fue sensibilidad, de la que siempre estaré agradecida. El doctor, un hombre bastante joven, me preguntó, cuando le dije que traía en dos pañales lo que yo creía que era mi hijo, me dijo que le acompañara y se lo enseñara. En el fregadero abrió los dos paquetes, lo tocó y me dijo que ahí no estaba. Entonces fue cuando me dijo que me tumbara para ver si seguía dentro de mí. Efectivamente, el pequeño seguía en mi interior, en camino de salida, pero de alguna manera todavía aferradito a mí, su madre. Con el espéculo me lo sacó y revisó todo mi útero. Me mandó vestirme y me dijo que me iba a explicar. Cuando estaba vestida fuimos de nuevo a una mesita, cogió el tarrito en el que lo había metido y lo extrajo en su mano con delicadeza para enseñármelo y que viese cómo era. Cuando me lo contaba, yo necesité tocarlo y aproximé mi mano, con rapidez por si acaso no me dejaba hacerlo, lo necesitaba, lo necesitaba, toqué esa pequeña masa con mis dedos índice y corazón y el doctor al verme hacer esto, con mucha delicadeza lo depositó en mi mano y se marchó de allí hacia su mesa. Me dejó a solas durante unos minutos, él se mantuvo en la distancia. Me dio unos minutos que para mí fueron fundamentales, de alguna manera, podíamos despedirnos. Y ese doctor y esa enfermera, así lo entendieron, estoy convencida. Minutos después se acercó y me lo cogió de nuevo. Ambos actuaron con delicadeza en todo momento, la enfermera puso su mano en mi hombro, dijo unas palabras cariñosas y me invitó después a lavarme las manos. Se le cayó casi todo el jabón líquido, pero eso no importaba, no quería que nada tuviese más importancia en ese momento que lo que yo estaba viviendo.
El doctor de nuevo me invitó a sentarme y me contó los pasos siguientes…. Fue TAN IMPORTANTE PARA MI lo que habían hecho que necesité agradecérselo, necesité darle las gracias por haber actuado así y así lo hice.
Sólo siento que mi marido no pudiese tener ese momento, tan necesario también para él, que no pudiese compartirlo, los tres…, nuestro momento…, el momento de la despedida,…
Con este hijo, pude hacer de alguna manera un proceso de duelo, con los dos anteriores NO. Es así, hasta el punto, que con los dos anteriores, las fases siguientes siguieron siendo muy dolorosas, no soportaba ver o saber de otras mujeres embarazadas, alegría puntual y dolor inmenso ante el nacimiento de otros niños, mis hijos habrían nacido para tal fecha,… Sin embargo, esta vez, porque hubo profesionales que me supieron acompañar en ese momento, que tuvieron sensibilidad, que respetaron el momento que estaba viviendo y que tenía que compartir, yo he podido vivir de otra manera la pérdida de este último hijo.
Con los anteriores, tuve que entrar a quirófano a hacer legrados, te duermen entera y cuando vuelves a la habitación, vuelves vacía, sin nadie, sin algo que hayas podido ver, sin haber podido poner una imagen a ese dolor, a ese momento. Y después de esta última vez, pienso siempre, ¡qué diferente habría sido para mí, para nosotros, que después de pasar por quirófano, alguien nos hubiese enseñado y nos hubiese dejado un momento despedirnos de quien había estado en mi vientre por un tiempo y no llegó a ver la luz del día, de quien había formado ya parte de nuestra historia, de nuestra vida!
Gracias a esos profesionales que ven en la mujer y en el hombre que pierden a un hijo a alguien a quien hay que cuidar, respetar, acompañar y no ven en esos momentos un mero trámite por el que algunas personas pasan y ya está. Qué tristeza siento cuando se banaliza tanto con este tema.
Elena
Es terrible que se nos obligue a tomar decisiones rápidas en ese momento de shock. Yo recuerdo cuando muere nuestro hijo C. en EEUU, solos, sin nadie que nos acompañe, nos preguntaron si íbamos a enterrar o incinerar su cuerpecito. En esos momentos yo dije que me daba igual, que lo enterraran ellos allí mismo (¡fijaos que burrada!)… recuerdo que me parecía imposible tomar esa decisión, a mí sólo me importaba que el niño estaba muerto, lo demás me daba igual, yo quería morirme con él… pero la trabajadora social me dijo: “No te da igual, no tengas prisa, no te va a dar igual en un tiempo. Volved a casa, hablad con vuestra familia, y amigos, y ya decidiremos eso más adelante, no hay ninguna prisa”. Y tenía mucha razón. Mis amigos me dijeron que lo incinerásemos y así podríamos traerlo con nosotros y enterrarlo cerca de casa. Hoy se lo agradezco mucho. (Pilar)
“Desde el primer momento que me enteré que estaba embarazada sentí que esto era un desafío a la confianza, a mi naturaleza femenina, a los procesos, a la entrega hacia la vida misma. Así lo viví, con todo mi ser, sin miedos. Habíamos decidido hacer un parto natural, en casa, y estábamos disfrutando de tanto aprendizaje. Nada salió como esperábamos, pero de alguna manera siento que estoy viviendo el otro lado del mismo proceso, porque dentro de la vida está la muerte, dos polaridades que son una.”
“Todos sabemos que se pasa mal en un aborto, pero es cierto que sufres innecesariamente más si las personas con las que tratas no hablan, no te informan, no te escuchan, se limitan a seguir un protocolo y ya está”
“Cuando empecé a sangrar tan fuerte, con unas contracciones dolorosas y seguidas, tratamos de recoger los coágulos en un bote de los de orina que tenía en casa, porque al día siguiente tenía revisión del tercer mes de embarazo. Estaba en el bidé cuando cayó un coágulo grande con algo pegado a él. Se me romper el corazón de recordarlo; era mi bebé, tan pequeñísimo, como de gelatina, pero se podían intuir formas humanas en tan diminuto ser: cabeza, tronco, extremidades y unos puntitos negros en los ojos. Qué impresión, cuánto lloré con mi pareja. Estaba destrozada, pero tenía la esperanza de que, habiendo recuperado ese embrión, se podrían saber por fin las causas de mis pérdidas, o al menos de esa y a eso me agarré. Cuando al acabo de unas horas fuimos a mi ginecólogo con el bote, lo abrió, miró por encima lo que contenía, se dirigió al lavabo, abrió el grifo… y le vi la intención. ¡Pegué un grito desesperado! ¡Iba a tirarlo desagüe abajo! ¡No me lo podría creer! Alarmado por mi reacción, volvió a depositarlo en el bote y me dijo que si lo quería ahí lo tenía. A mí se me vino el mundo encima, porque se me esfumaba la esperanza de que lo que había expulsado con tanto dolor y recogido no sirvieses para nada. ¡Y era tratado de aquel modo ante mis ojos! Y sigo sin entender nada, porque resulta que con los avances actuales encuentra un pelo en el lugar de un crimen y pueden saber millones de cosas de su propietario, mientras de un embrión completo, en su tiempo de gestación… no se sabe nada. ¡No me lo explico! Poder enterrar esos restos fue un ritual que me ayudó mucho en esos momentos.
“Estamos muy ciegos. Ahora que desde el principio del embarazo podemos saber cómo es el feto, con ecografías superdefinidas… las futuras madres se hacen mil ecografías para disfrutar de más imágenes y hacerse una idea más real. Conectar con el bebé, cantarle, hablarle… Ahora que podemos saber todo esto, cuando hay una pérdida… se niega, no se quiere ver, no se tiene en consideración para hacerle un entierro digno… ¿Con qué nos guiamos? ¿Dejamos el instinto de madres para aferrarnos al Código Civil, que dice que no se es persona hasta no sé cuándo? ¿Morir antes de nacer es morir “menos”?
Mi bebé tendría que haber nacido en esta semana o la siguiente… y me está matando pensar que ni está ella ni hay nada en camino… siento un vacío tan grande… Cada vez que veo a un bebé me muero… me entra la tristeza más absoluta y no sé qué hacer… no mirar…o mirar y llorar y desahogarme… y todo esto mientras vivo con los nervios de saber si me habré embarazado o no….
En mi caso, el hecho de que una amiga me ocultara la noticia de su embarazo y sí lo compartiera con otras personas menos allegadas a ella me molestó, incluso me produjo rabia. Soy consciente de que con su decisión quería evitar hacerme daño, pero yo me sentí pero que si me lo hubiese dicho de una forma natural, como a todo el mundo.
“En el trabajo, en la calle, la gente no sabe qué decirme, hacen como si no hubiese pasado nada, y esto me hace mucho daño”
“Sin duda, si hay un enemigo en este camino, he sido yo misma. No dejar de sentirme culpable y responsable única de la muerte de Guillermo y de todo lo que rodeó su vida y su ausencia. Pensar que no pedí la suficiente información sobre la intervención de mi hijo y, aunque sabía que era muy complicada, no ser consciente de la envergadura que suponía y de los riesgos. Este sentimiento de culpa es muy fuerte, porque piensas que has llevado a tu hijo a ciegas a la operación”. (Cristina)
No nos ayuda pensar que nuestro dolor es único. “Que nadie nos comprende. Nuestra pareja, hermanos, los otros también tienen dolor: el suyo”. (Araceli)
“No me ha ayudado el hacerme un poco la víctima con “a mí me ha pasado esto y ya no hay más dura ni mas difícil situación en la vida de nadie, a nadie le va a pasar algo tan duro”, te sientes superior en el grado de dolor y ¡no hay nada más ridículo! En vez de acercarme a los demás, a su dolor, te alejas de ellos”. (Marta)
“Tampoco ayuda el pensar que más que tú no puede sufrir nadie la pérdida de tu hijo, hay que pensar que hay otras personas muy cercanas que también lo pasan mal y que no saben cómo actuar, no podemos acaparar el dolor”.(Carmen)
“No me ayudaban nada las preguntas sin respuesta. Primero me obsesionaban los por qué. Por qué a mí, por qué a él, por qué fulanita tiene cuatro hijos y todos sanos, por qué a menganita, que es mala persona, no le pasa nada malo. Luego los cómo, dónde… Cómo estará Ignacio, dónde estará, me echará de menos, tendrá frío. Un día, no sé cuándo ni por qué, comprendí que todas esas preguntas NO ME AYUDABAN NADA, que nadie iba a responderme, que mi hijo no iba a asomarse por ninguna ventanita del cielo a decirme que todo estaba bien. Acepté que no hay que buscar explicaciones cuando no las hay y, sobre todo, no compararse con nadie”. (Ana)
Lo cuenta un amigo de los padres. Desde Venezuela (Navidad 2013): Ayer con mucha tristeza y dolor enterramos a H. R., un niño hermoso hijo de H. y J. Ese niño no tenia que morir, como ningún niño en el mundo, los padres viendo la grave situación de los hospitales en Ciudad Guayana, decidieron poner todo su empeño por que su hijo naciera en las mejores condiciones, ¿qué padres no lo harían? pusieron todos sus ahorros y pagaron una clínica, el niño se complico, no había pediatra en la clínica que lo atendiera , la solución que dieron los de la clínica fue que lo llevaran al hospital, en el hospital no había cupo para terapia, y en el otro hospital tampoco, los únicos que existen en la ciudad. Ayer cuando estábamos en la misa para comenzar una marcha solidaria contra el hambre murió H.R. en el hospital, como mueren a diario muchos niños aquí y en el mundo entero. Luego los pasos para darle cristiana sepultura fueron un verdadero vía crucis para el padre (H.): no hay medico que firme el informe de las causas de la muerte, no hay papel para hacer el acta de defunción, no hay medico patólogo que firme el acta, luego de que se firma el papel, al tipo de la morgue hay que darle algo para poder retirar el cadáver,……. Que el niño Jesús que nacerá y sigue naciendo en todos los niños como H. R., nos ilumine y nos de la fuerza necesaria para destruir este sistema que provoca tanta miseria.