«No hay ningún mérito en el amor que se siente porque es él quien lo inspira». Así resume esta artista su relación con un hijo con discapacidad.
Ana Álvarez-Errecalde
25 de enero de 2017, 13:11 | Actualizado a
Tal vez ya me conoces. Tal vez has visto mi autorretrato, El Nacimiento de mi Hija, donde fotografío el placer que se puede vivir en el parto. Una experiencia transformadora y gozosa que por años ha sido minimizada. Tal vez ya me conoces.
Parir en libertad, asumiendo la responsabilidad que nos toca, conectando con nuestra intuición y despertando a la consciencia, constituye el retrato de una maternidad muy poderosa, una maternidad que mientras da a luz a un bebé también está pariendo una nueva mujer: insumisa, salvaje, amorosa y plena. Consciente de su propia fuerza.
Esta es una cara de la maternidad, pero no es la única. La maternidad también puede ser una experiencia dolorosa. Neuquén, mi primer hijo, nació con una malformación cerebral congénita.
No camina. No habla. Los que le amamos sabemos nadar en sus ojos e interpretar lo que le pasa
«Tiene sed», nos dice el pequeño. «Algo está mal, mira esta marca roja en la mejilla», le comento a mi pareja. «¿Puedes mirar esto? ¿Estaba así ayer?». Y, de pronto, un brazo o una pierna aparecen extrañamente inflamados: nueva fractura espontánea, nuevos monstruos flotando por la casa.
Así dieciséis años, aprendiendo a bucear en su mirada, a leer el código de su cuerpo, a amar su silenciosa y totalmente dependiente, rotunda, maravillosa, misteriosa y frágil presencia.
El aprendizaje es un parto. Aunque se goce, tiene un punto de intensidad, amor y desgarro que los que vamos faltos de palabras denominamos dolor.
“No te confundas Ana», me dice la voz de mi consciencia mientras hago la cena, friego los platos, cuelgo la ropa, curo la herida. «No es dolor, es Vida”. Respiro, las lágrimas caen y me sumerjo, el llanto crece, me hundo. Confío, me entrego, me quiebro, me enderezo, igual que cuando los paría.
Siempre puedo más mientras doy. Y doy mucho. Doy todo lo que tengo
Y mi dolor se hermana con el de otras madres: la que decide echar a su hijo de casa porque considera que lo mejor es que salga del nido y vuele solo; la que trabaja cada día en doble turno para poner un plato de arroz en la mesa…
…La que recibe en casa a su hija ebria de sexo y alcohol, y aun así limpia vómitos, prepara infusión, abraza y se atraganta con la culpa, la impotencia y la pena; la que cruza mares rezando para que un bote inflable llegue a tierra firme; la que se arrepiente de haber dejado a sus hijos en manos de otros pero no supo, no pudo, no la dejaron hacer las cosas de otro modo.
Viviendo la maternidad de un hijo con discapacidad
Miro a mi hijo. Escribo al lado de su cama en un hospital que espera operarlo mañana nuevamente. Lo peor de maternarlo a él y a su discapacidad no es ayudarlo en casi todas sus necesidades básicas, es verlo sufrir y tener que decidir por él. Ser responsable eternamente. Renunciar a su totalidad, aprender a aceptar que los huesos pueden torcerse.
Es terrible mirar atrás, aun habiéndonos propuesto no hacerlo, e imaginar las cosas que hubiesen podido hacerse diferentes. Vislumbrar todos los universos posibles y volver a este, que no está mal, que nos ha permitido ser felices, estar juntos, viajar, crear, amar.
Desde siempre me han revuelto el estómago los bienintencionados comentarios que apelan a nuestra fortaleza, al “Dios los ha elegido”. Nada puede justificar el dolor de un hijo, no hay ningún mérito en el amor que siento porque no depende de mí, es él quien lo inspira.
A pesar de que esta experiencia nos transforma y enseña, se me hace injusto que sea la discapacidad de un hijo la que motive tanto crecimiento
Tampoco entiendo cuando se nos pregunta si sabíamos de su malformación durante el embarazo, ¡como si eso hubiese cambiado nuestra intención de traerlo al mundo!
Su existencia tiene razón de ser. No es mejor o peor que otra. Es la de él. No tiene mayor o menor valía. Aquel embrión “libre de fallos” que una madre decide implantarse hoy, puede ser el mismo adolescente que queda tetrapléjico al cruzar la calle.
El destino. La incertidumbre. La vida nunca nos prepara para eso.
La única pregunta válida a la hora de traer un bebé al mundo creo que debería ser esta: ¿estoy capacitada para amar?
La maternidad y la paternidad consciente implican saber que no todo depende de nosotros. Consiste en mirar al miedo a los ojos, tomarnos un café con él, dejarlo dormir bajo la almohada y percatarnos de que la vulnerabilidad de nuestros hijos e hijas es también reflejo de la nuestra.
Informarse, confiar, acompañar, aceptar, equivocarse, corregir, disculparse, defender, soltar, amar, dar lugar a la sorpresa y permitir que la vida se manifieste en el amplio espectro de colores, sabores y experiencias que están fuera de nuestras manos.
Hay quienes dicen que si duele no es amor. Yo digo que no duele el amor sino la vida. Y creo que el dolor se supera, se trasciende, se transforma, cuando aceptamos que nuestros hijos e hijas no nos pertenecen. Somos compañeros de viaje con destinos diversos. Celebremos los tramos compartidos.
Lo que nos ha ayudado
- Conectar con nuestro hijo más allá de la patología ayuda a descubrir los placeres que podemos disfrutar en familia. Un diagnóstico no tiene por qué ser un manual de instrucciones.
- Vivir nuestro sueño y compartir el proceso. Ningún/a niño/a merece sentir que es un impedimento para la felicidad de su familia. A veces parecerá que no avanzas pero compartir en familia crea equipo y no hay mejor motivación que ver la ilusión y el apoyo de aquellos a quienes más amamos.
- Liberar la emoción. El dolor y la presión a la que nos expone la dependencia necesitan válvula de escape: ejercitar la creatividad, el humor y la aventura marca la diferencia. Hacer cosas nuevas o conocer lugares diferentes le da otra dimensión a nuestro esfuerzo y nuestros sentimientos.
- Compartir la tristeza. A veces hace bien estar sola o compartir el llanto en pareja; sin embargo, si el dolor queda hermético, se estanca. Amigos, vecinos, familiares te ayudan a tener una visión cariñosa pero a la vez distante que le dé perspectiva a nuestra mirada.
- Pasear por la naturaleza. Ir al parque era difícil. Los juegos evidencian mucho de lo que nuestro hijo no disfruta. Caminar por el bosque, tendernos en la hierba, mirar el cielo, nos conecta con la grandiosidad de la vida: Hay una enorme riqueza de sensaciones al alcance de todas las personas.
Fuente: https://www.mentesana.es/testimonios/ana-alvarez-errecalde-nos-muestra-todas-caras-maternidad_1018