- Valen entre 400 y 3.000 euros
- Artesanos los fabrican como auténticos bebés y algunas madres los ‘adoptan’
- Es el fenómeno de los ‘reborn’
CARLOS GARCÍA POZO
Raquel se comporta como la madre más tierna. Toma a la pequeña Cecilia en sus manos y la besa. Lo hace mientras posa para Crónica mostrando su creación. Y la sigue besando después, cuando se la pasa de un brazo al otro. Con más de tres kilos, el bebé de ojos claros se hace notar. «Es mi preferida», se sincera la navarra Raquel Irigoyen en tono maternal. La prueba es que le puso el nombre de su propia madre (de la abuela, para entendernos). «Perdí a mi hija hace unos años, y encontré consuelo en los muñecos reborn como distracción, no como terapia… Pero sí que una clienta en esas mismas circunstancias adoptó uno de mis muñecos reborn y acabó en el psicólogo. Casi se vuelve loca».
Raquel, de 38 años, es una de las decenas de mujeres en España que se dedican al arte del reborn (en castellano, renacer o renacido). Se denomina así porque modifican o crean muñecos de vinilo hasta darles el aspecto de un bebé real. Tan real que en esta controvertida comunidad hablan de adoptar y no de comprar; de guardería y no de tienda online… Tan real que un policía australiano reventó la puerta de un coche porque pensó que el reborn que había dentro, sentado en un cochecito homologado, con ropa como la de cualquier otro bebé, era de carne y hueso.
El resultado es impactante, cuando no inquietante. Es sólo un juego: muñecos hiperrealistas para adultos, aducen los reborners. Pero el hobby, al parecer, tiene doble filo.
«Yo recibo muchísimos encargos de madres que han perdido a sus bebés. Casi el 20% de los que hago, probablemente. El resto son principalmente coleccionistas», explica Lourdes E.G., una de las mejores artistas reborn españolas. «También hay gente que se abre contigo, mujeres que no puede tener hijos, con depresión o con síndrome del nido vacío. Otras los quieren para terapias de Alzheimer o autismo. Pero prefiero no personalizar, no explicar sus historias. Traicionaría su confianza», añade esta madrileña de 36 años, madre de un niño -biológico- de 12.
Aun así, menciona sucintamente, sin dar nombres, un caso concreto. «Una mexicana me escribió pidiéndome una réplica de su hijo de dos meses que había muerto hacía dos semanas en un incendio muy sonado que hubo en una guardería de México (Sonora, 2009). Yo le dije que se diera un tiempo, que lo pensara mejor y que acudiera a un médico…».
Capa tras capa de pintura, las reborn artist dotan al vinilo de la tonalidad de la piel de un bebé. Injertan en el cráneo lana de mohair, material de tacto similar a sus finos cabellos, les colocan ojos de cristal y en ocasiones instalan mecanismos que simulan el latido del corazón, la suave respiración de un niño, o incluso los conductos de la orina. Graban voces, llantos, o la tos de un bebé que luego emite un sistema integrado en el muñeco cuando se mueve. El cuerpo es rellenado con microesferas de vidrio, con las que los muñecos adquieren el peso y la consistencia que tendría un niño de su edad, que especifican en cada caso. Y en ocasiones hasta los rocían con un spray cuyo aroma imita al de la piel de un bebé y que evita que la nariz desenmascare la perfecta ilusión creada para tacto y vista. «Yo comencé con esto en 2002», continúa Raquel. «Mi psicólogo me recomendó que me distrajera con algo, empecé a mirar temas de pintura y entonces vi un reborn por primera vez. No hubiera sabido decir si era un muñeco o un niño».
De paseo con carrito
El mundo de los renacidos era entonces casi inexistente en España y más aún en Andosilla, localidad de la ribera navarra de apenas 3.000 habitantes donde vive. «Cuando me vieron pasear por primera vez con un carrito y una muñeca por la calle, pensaron que me había vuelto loca. Hoy ya lo ven de lo más normal. Les gusta acercarse cuando les hago fotos para mi web. O verlas de cerca».
Guarda a sus reborn Porsha, Meredit, Cathy, Samia, Max, Saoirse, Devine, Livia y Daisy en el ático de su casa donde, además de un carrito de bebé auténtico, piezas de vinilo, pinturas y pinceles, hay también una balanza pediátrica digital. En su refugio, como le gusta llamarlo, no pueden entrar ninguno de sus dos hijos, ni su marido. «Me lo pondrían todo manga por hombro».
Irigoyen comenzó investigando en webs de EEUU, país pionero en esta subcultura con aficionadas de todas las edades. El fenómeno había nacido allí a finales de los años 80, pero tenía genes españoles: la porcelanista Joyce Moreno realizó el primer reborn modificando una muñeca Berjusa, marca de Onil (Alicante), en los 60. Aunque es difícil otorgar oficialidad a estos datos, Moreno pasa por ser quien desarrolló la técnica, y dio con los pigmentos y materiales adecuados. Otros sitúan el surgimiento en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, cuando, debido a la escasez de recursos, las madres comenzaron a modificar muñecas para sus hijas en los refugios antiaéreos.
Lo que surgió como una afición para Irigoyen, acabó convirtiéndose en profesión, que compagina con su trabajo en una empresa de logística. «Al poco tiempo de empezar a hacerlas para mí, como hobby, comenzaron a encargarme. Llegué a hacer 30 al año. Y sí, me han pedido hacer réplicas de bebés fallecidos. O para rellenar el hueco que dejan, pero yo siempre lo he desaconsejado».
Su devoción por este mundo no le impide advertir de que se puede convertir en una obsesión. «Hay madres que han perdido uno, dos, o tres niños. La cabeza no acepta la pérdida. Sí, tener un reborn en sus brazos les proporciona bienestar, alivio… Pero si no lo superan y lo sustituyen con un muñeco, puede generar un enganche peligroso. Siempre les digo que se lo planteen de otra manera, porque no les va a devolver a su hijo».
A.F. pasea, baña, y duerme a Simi diariamente. Lo viste con la ropita de Simeón, que nunca le quedará pequeña. Es un bebé eterno. Esta mujer de 30 años, que sólo desvela sus iniciales, protagonizaba las portadas de los medios suizos hace unas semanas por haber hecho exactamente lo que Raquel desaconseja. Había perdido a su hijo Simeon con sólo ocho meses de vida a causa de una enfermedad en noviembre de 2013. Todo ese tiempo permaneció día y noche a la vera de su cama, en un hospital de Basilea, donde reside.
Desde entonces el vacío dejado por su retoño fallecido se le hacía insoportable, sobre todo cuando su otra hija estaba en la guardería, y su marido en el trabajo. La joven entró en depresión. «Las sesiones con la psicóloga no funcionaban, volvía a casa peor, llorando», cuenta al diario 20min. Fue entonces cuando una enfermera le habló de los bebés reborn. Y cuando A.F. decidió resucitar al suyo en una versión de vinilo al que bautizaron Simi, que desde entonces -y son ya varios meses- convive con la familia. Ella cuenta cómo lo pasea «en silleta por la mañana junto al perro. Hablo con él cuando estoy haciendo las labores de casa, y cuando la niña vuelve de la guardería juega con él, le encanta. No puede dormir sin abrazarlo». Asegura que ya le han explicado a la pequeña que su hermano no es real, a lo que quizás no contribuya el hecho de que vaya vestido igual que un bebé, y se le cambie con la misma frecuencia. O que su madre lo trate como trataba a su hermano.
Armarios llenos de ropa de niño, carritos de bebé, cremas o colonias no son raras en las casas de muchas coleccionistas. Una búsqueda en Internet arroja 21,5 millones de resultados en castellano. Quizás no sea un fenómeno tan minoritario como pueda parecer. O quizás no todo el mundo quiera confesarlo «Mi marido no me entiende», o «mi marido piensa que estoy loca» son algunas de las frases de los miembros del foro de referencia en España, Bebes-Reborn.
Hay decenas de españolas en el sector. Hablan de «adoptar» y no de comprar; de «guardería» en vez de tienda «online»…
En el Facebook de Beatriz, varias fotos muestran a Abel, que duerme, plácido, ignorante del par de electrodos que han colocado en su pequeño cuerpo para monitorizarlo. Melania, de grandes ojos azules que miran intensamente, parece que vaya a comenzar a patalear en cualquier momento. Y Elora arruga su carita disconforme con algo. «No es un mundo muy conocido, se mueve sobre todo por las redes sociales», explica a Crónica. En su caso la adopción cuesta algunos cientos de euros, pero hay obras por las que se pagan miles. También se pueden encontrar versiones low cost a partir de 60 euros. «Es imposible hacer uno bien por menos de 400 euros», asegura Raquel Irigoyen. «Ésta es una de las razones por las que yo bajé la producción. Hay gente que los rellena con arena u otros materiales más baratos. Pero no se consigue el mismo realismo. Ahora los hago a mi ritmo. Si alguien quiere uno mío, siempre digo que lo tendrá cuando lo acabe». Los reborn también se hacen esperar.
Elisabeth, Cassandra, Aaron, Lidia, Nacho, Malú… Lola E.G. es una artista más fecunda. En total ha dado a luz a unos 400 bebés. «Pones tanto cariño en la elaboración, que muchas veces sigues en contacto con quien se lo ha quedado…». «Yo hago 80 ó 90 por año, por las noches. La elaboración lleva días, pero hago varios simultáneamente. Primero hay un proceso de blanqueamiento, han de absorber las capas de pintura al horno. Cada capa tarda 10 minutos en secar, y en ocasiones se aplican hasta 30».
Los reborn se pueden hacer a partir de muñecos existentes o de piezas que se ensamblan después. En este caso se llama newborning. Un kit consiste en las extremidades, la cabeza y una bolsa de tela para el tronco. Las artistas -es un mundo casi exclusivamente femenino- pintan sobre ellas venas, rojeces, todo aquello que dotará a la piel de un aspecto lo más real posible. No es tanto hacer bebés bonitos. Los hay morados, con arrugas, como recién paridos, con su cordón umbilical cortado y pinza al ristre. También rollizos, bostezando o acurrucados en sí mismos. A veces son réplicas, en otras el cliente sugiere lo que quiere, o también la concebidora es libre para crear en función de sus gustos. Cuanto más alto el grado de realismo, más caros son.
Las mejores madres de vinilo se cotizan bien. Una de ellas es la inglesa Hellen Jaland (sólo vende por eBay). Su guardería está ahora vacía «debido a la alta demanda», y uno de sus retoños puede superar los 3.000 euros. Tampoco Christa Götzen tiene existencias. Alemana, es la ganadora de los Colliii Awards 2012 y 2013, los Oscars del mundillo. Tienen lugar en EEUU, se celebraron por primera vez en 2008 y eligen al reborn mejor hecho del mundo. La comunidad renacedora está bien organizada.
Fundada en 2005, la IRDA (International Reborn Doll Artist) reúne a artistas, distribuidores, fabricantes y coleccionistas y organiza el congreso más importante del sector. Las ferias se celebran en diferentes países, y España no es excepción. La primera tuvo lugar en Madrid en 2012 con el nombre de Exposición de Muñecos Hiperrealistas.
Mujeres como Anasha viven pendientes de la actualidad del mundo reborn. Esta madre de familia numerosa asegura que le alegra la vida. O la pseudovida. «Lo primero que hago al levantarme es ir a su cuarto, y subir las persianas, porque con luz no pueden dormir, claro. Entonces los miro, y siempre me hacen reír por las posturas que tienen o cómo me miran». Tiene 54 años, y cuatro hijos adoptados a los que trata como si fueran reales: Josephine, de dos meses, David, el más pequeño, de dos semanas, y los mayores, Olivia y Robin. Lo explica, como en éxtasis, en un impactante documental de la productora Vice. «Antes los peinaba hasta tres veces al día, pero ahora lo hago menos. Y tengo una mochila para llevarlos colgando. Siempre que tengo uno cerca, esté cocinando, o caminando, me tranquilizo». Anasha es consciente de lo extraño de su afición, que no esconde. «Habrá gente que piense que lo hago porque no he podido tener hijos. Probablemente es verdad. Pero al fin y al cabo, me hacen sentir bien. Sé que no es normal, pero prefiero ser feliz que normal».
En su caso fue una amiga psicóloga quien le recomendó los muñecos. «Contraje una enfermedad muy larga que me llevó a una depresión. Un día mi amiga me preguntó ¿Qué te ayudaba en los malos momentos cuando eras pequeña? Le dije que una muñeca. Y me animó a hacerme con una». Probablemente no sospechaba que la cosa iría tan lejos.
«He leído mucho sobre el tema. Y parece que al tener una apariencia tan real desatan mecanismos que de otra manera no se desencadenarían», explica Beatriz Clemente, artista gráfica que trabaja desde el estudio de publicidad que tiene con su marido. Ella niega haber recibido nunca un encargo de una réplica de un bebé fallecido o un muñeco para madres que hayan perdido un hijo.
Lourdes E.G. recuerda el caso de la madre de un niño autista que no podía costearse un reborn. «Buscaba algo que ayudara a mejorar a su hijo, que no interactuaba en absoluto. Yo se lo regalé. Después el médico me escribió para agradecérmelo. Obviamente no lo cura, pero decía que el niño cuando estaba con el muñeco tenía alegría, pues había encontrado algo a lo que aferrarse». Lola Verdugo, de Sevilla, otra de las pioneras, también recuerda el caso de un autista que se hacía pipí en la cama. «Su madre me encargó un muñeco, y me llamó llorando porque al dormir con el reborn, como no lo quería mojar, su hijo ya no mojaba la cama».
En los casos de las mujeres con Alzheimer, apunta Beatriz, rescatan sentimientos de cuando eran madres. Raquel lo ha vivido en propia piel, o en propio vinilo. «Hemos hecho muñecos para residencias de ancianos, y recuerdo el caso de una señora mayor que no sabía ni quién era y llevaba cuatro años sin hablar», cuenta con emoción. «Cuando le enseñaron el bebé soltó el andador, lo cogió y dijo: «Qué morrito». Ahora se encarga de él y lo duerme en una cuna. Y sigue diciendo «qué morrito»».
¿Llenar el nido vacío de reborns?
El fallecimiento de un hijo, o su marcha, o incluso el matrimonio de un hijo o una hija pueden desencadenar una serie de emociones como el sentimiento de pérdida, de soledad, etc. Cuando se debe a los dos últimos motivos, se le llama Síndrome del Nido Vacío. No conozco el mundo de los reborn, pero en general comprar un muñeco puede ser problemático. Una persona adulta que use esto para canalizar las emociones de una pérdida podría indicar una tendencia patológica. Otra cosa es que nos enfoquemos, por ejemplo, en un perro. Es una vida, y querer cuidarlo y hacerse cargo de él implica dar afecto y recibirlo. Pero un muñeco es un ser inerte, que no existe. Hay personas que pueden afirmar que sienten cariño o afecto por un muñeco. Pueden estar sintiendo lo que les parezca, y pueden vivirlo así, y eso es real. Pero no se puede desarrollar con 50 años apego a un muñeco. Por VANESSA FERNÁNDEZ.