Soy Sara, matrona. Os contaré la experiencia que, sin duda, más me ha conmovido en relación a la muerte perinatal. La muerte de un hijo es, sin miedo a equivocarme, la peor experiencia a la que un ser humano se puede enfrentar. Pues bien, gracias a mi profesión y, sobre todo gracias a una mujer y hombre fantásticos, pude vivir la despedida de una hija, fallecida antes de nacer, más bonita de mi carrera.
Un día cualquiera, esta pareja acudió a Urgencias Obstétricas, ya que parecía que su bebé de 32 semanas de gestación no se movía. La Ecografía nos confirmó la peor noticia, esa niña había fallecido, su «corazoncito» no latía. No existen palabras, en ningún idioma, para describir aquel momento. El ser humano está preparado para aguantar infinitas cosas, sin embargo, en aquel momento os aseguro que daba la sensación de que aquellas dos personas (madre y padre) se esfumaban, parecía como si fuese imposible que salieran de esa aboragine de sollozos, gritos, juramentos, llanto, lagrimas,…., creo que durante ese tiempo ni siquiera repiraban, no lo necesitaban. Como podréis imaginar, el equipo sanitario que allí estábamos, en realidad no estábamos, para ellos.
No podría calcular cuánto duró este momento de «no estar», creo que el tiempo se paró. En un momento dado la ginecóloga dijo las primeras palabras, les propuso ingresar para inducir el parto de su hija. Sin duda, hubiéran hecho lo que nosotras quisiéramos, no estaban allí.
Puesto que era tarde, por limitaciones infinitas del hospital, ingresaron en la planta de maternidad. Auxiliar y matrona les acompañamos a la habitación, no había consuelo para esos padres.
A la mañana siguiente comenzó la más aterradora de las andaduras de una pareja, el parto de un hijo muerto. Lo que más me llamó la a tención de esa mañana fue su cambio de actitud. Parecian otros, todo había cambiado. Estaban tranquilos y relajados. Tras recibirles y comentar cómo se encontraban, les expliqué el procedimiento que íbamos a llevar a cabo. A medida que pasaba el tiempo, hablábamos más, ellos se encontraban más receptivos y expresaban más sus sentimientos y pensamientos. Por mi parte también noté que cambió mi actitud, me encontré cada vez más tranquila y cómoda con ellos y la situación. En un momento dado les pregunté por el nombre de su hija, aunque parezca increible, a la mamá le salió una sonrisa y me contestó. Nunca olvidaré el nombre de esa criatura y de esa madre que, orgullosa de su hija, dijo su nombre y fue un antes y un después. A partir de ese momento, por supuesto, nos dirigíamos a la pequeña por su nombre.
Hablamos de las espectativas, de su familia, de qué pasaría a partir de ese momento, les comenté la posibilidad de grupos de apoyo (por supuesto el nuestro). Tanto la ginecóloga, auxiliar como yo misma, creo que arropamos/cuidamos a esas dos personas lo mejor posible, es una sensación que estre nosotras hablamos después.
Parece imposible que una despedida de un hijo muerto puede tener un ápice de bellaza, ¿verdad?. Pues bien, precisamente bello es como describiría el momento en el que la niña nació. La madre no tuvo reparos en recibir a su hija cogiéndola mientras salía de su cuerpo, nosotras no hicimos nada. La beso, habló con ella, la lloró, no sabría decir cuantos alagos le dijo, todo eran palabras bonitas. El papá espectante y a su lado, lloraba mientras acariciaba a su mujer y a su hija recién nacida. Nosotras mientras tanto, llorábamos y seguíamos con nuestro trabajo, burocracia principalente. Estuvieron con su hija hasta que decidieron que llegó la hora de separarse de ella, no recuerdo cuanto tiempo pasó, sin embargo, menos de lo que se podría imaginar. La mamá nos dijo que había llegado la hora y que no tenía sentido alargar más ese momento, tenían que dejarla ir. En ocasiones subestimamos a las personas. Tras finalizar con los qué haceres y protocolos que envuelven una situación de este tipo, les propusimos subir a su habitación y aceptaron, ya era muy tarde. Aquí acabó todo para nosotras, al día siguiente les dieron el alta a su domicilio y no he vuelto a saber de ellos.
Estas dos personas me dieron una lección de vida impagable, por su entereza, saber estar, por afrontar de esa manera la peor de las desgracias. La verdad es que nos dieron las gracias por haber estado allí con ellos, yo me reía ya que las gracias se las doy yo a ellos. Les doy infinitas gracias por que por más que los profesionales leamos libros, nos formemos, hagamos masters y cursos, incluso carreras unversitarias, son las peronas como estas con las que aprendemos nuestra profesión y, por supuesto, de la vida.
¡¡Muchísimas gracias fammilia!!