Quico Alsedo
28 Enero 2020
Ana María nació en el límite de las 23 semanas, cuando un feto ya no puede ser tirado a la basura. El Hospital de Torrejón les mostró a los padres el cuerpo, les dio una ficha con sus huellas dactilares… Y luego la hizo desaparecer. Ellos reclaman poder enterrar a su hija
«Ah, pero, ¿es que lo queríais? ¿Para qué?». Así -con el pronombre personal «lo» refiriéndose a su hija recién fallecida- fue como Radu supo que el Hospital de Torrejón se había deshecho del cadáver de su hija, recién nacida y muerta prácticamente a la vez.
Minutos después del parto, los médicos le habían mostrado el cadáver de la pequeña, de casi 23 semanas de gestación, con «un gorrito que le habían puesto». También le habían dado una fichita con las huellas dactilares y el nombre, Ana María, la clásica ficha que se le hace al recién nacido. El hombre aún guarda una foto que le hizo al pequeño cuerpo, aún caliente.
Con el hondo dolor de saber de la muerte de su hija justo al nacer, Radu, que había estado junto a su mujer en el alumbramiento y «ya nos dimos cuenta de que algo no iba bien al ver que la niña no lloraba», se había vuelto al paritorio.
«Queremos al menos llorar a nuestra hija»
A ver a su mujer, Valentina, que seguía con la tensión desatada, motivo que había obligado a forzar el parto -en el que ella llegó a perder el conocimiento- «para no poner en riesgo la salud de la madre, según nos dijeron». Entre ambos lo decidieron: tras un embarazo complicado y muy costoso anímicamente, enterrarían a Ana María en un cementerio, «para poder ir a llorarla, porque nosotros lo que queremos es poder llorar a nuestra hija».
Tomada la decisión entre ambos, Radu volvió a hablar con los médicos, a reclamar el cadáver, cuenta. Esto sucedió horas después, porque tuvo que estar pendiente de su esposa, ingresada en la UCI.
Y ahí, al preguntar por su hija, fue cuando recibió la respuesta antedicha. «Me dijeron que para qué quería eso, que no entendían… Me quedé alucinado. ¿Cómo no voy a querer el cadáver de mi hija?». Sucedió el 8 de noviembre de 2017 y siguen reclamando el cuerpo, ahora al Servicio Madrileño de Salud (Sermas), que se ha limitado a confirmar a este diario que la reclamación está «en estudio y pendiente de resolución».
La niña estaba viva apenas tres horas antes
El feto estaba vivo «apenas tres horas antes», porque había sido monitorizado, explica Radu a EL MUNDO. Pero la historia tiene un flanco aún más extremo. El cuerpo de Ana María estaría, a tenor de los documentos del embarazo consultados por este diario, en el mismo límite de dejar de ser considerado residuo orgánico… Por apenas unas horas.
Según el seguimiento central del embarazo, Ana María llevaba 22 semanas y seis días de gestación. Es decir, un solo día más y no habría podido ser tirada sin más. «Pero es que incluso hay documentos en que consta que llevaba 23 semanas de gestación, y ahí sí que estaría fuera del límite», dice Adrián Carriedo, del despacho Lex Abogacía, letrado de la familia junto con Javier de la Peña.
Hay casos registrados en que nonatos en ese rango de gestación salen adelante: por ejemplo, el hijo varón del actual líder del Partido Popular, Pablo Casado, nació tras 25 semanas de formación, con sólo 700 gramos de peso, después de que la bolsa que le protegía en el seno de su madre se rompiera en la semana vigésimo segunda, según se ha publicado.
Sin respuesta de la mediación del Sermas
Carriedo reclama daños morales a la familia por la desaparición de la pequeña, pero apunta algo más a este diario: «Hemos apelado en dos ocasiones a un nuevo servicio que ha puesto en marcha el Sermas para mediar en conflictos de este tipo, para que no lleguen a la Justicia ordinaria, pero de momento no nos han hecho ni caso, todo lo que tenemos es silencio administrativo». El Sermas ha insistido a este diario en que el caso está en estudio.
La familia también reclama un presunto mal seguimiento del complejo embarazo de Valentina, que sufre de hipertensión y tenía 28 años en noviembre de 2017, cuando sucedieron los hechos. Tenía el antecedente de su anterior embarazo, finalizado a las 36 semanas por rotura de la membrana, y tras el cual la pareja tiene un único hijo por el momento, que cuenta ocho años.
En concreto, asegura Carriedo que Valentina debía haber sido controlada cuando el 24 de octubre, algo más de dos semanas antes del parto fallido, «presentaba una tensión arterial de 169/114 y no fue ingresada».
«Sigo a tratamiento, no puedo superarlo»
«Pero mira, dos años después, nosotros lo que no entendemos es qué pasó con nuestra hija, qué hicieron con el cuerpo», repite Radu, trabajador en la construcción y quien, al contrario que su mujer, no ha podido superar todavía lo que sucedió: «Yo sigo a tratamiento, no puedo pensar en que no voy a poder superarlo».
No le ayuda ciertamente que el farmacéutico de confianza de la pareja les haya dicho «que fue la medicación para la tensión, que nos multiplicaron por tres durante la gestación, la que hizo entrar a mi mujer casi en preclampsia», y así acelerar el final del embarazo.
Radu no deja de pensar en el momento en que le comunicaron que había que dar término a la gestación: «Me dijeron que o salvaban a la niña o a la madre, que no había otra alternativa». Se situó junto a Valentina, separados ambos por un biombo del alumbramiento, y minutos después de producirse éste, «me preguntaron que cómo se iba a llamar la niña».
Ni siquiera saben en qué momento murió
Aquello le dio esperanzas: «Aunque no la había oído llorar, pensé que quizás… Pero cuando dejé a mi mujer me dijeron que la niña había fallecido», dice el padre. Tercia su abogado: «No sabemos en puridad cuándo murió, porque no se nos ha comunicado. No sabemos si fue durante el parto, o antes». Sigue Radu: «Me preguntaron si quería ver a mi hija, y le dije que sí. Llevaba un gorrito. Le hice una foto, y me quedé con la fichita con su nombre».
Radu y Valentina, que llevan 15 y 11 años en España respectivamente, y residen en Loeches (Madrid), no entienden por qué «nadie» del centro les ha comunicado «qué hicieron con nuestra hija. Sólo nos han dicho que ya era, para ellos, un residuo orgánico». La pareja no puede tener más niños. «No tenían derecho a hacer lo que han hecho. Quiero tener un sitio donde poder llorar a mi hija. Quiero que esté viva, aunque sea así, en un cementerio».
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2020/01/28/5e2b0357fdddff85398b45ff.html