Heloísa Mendoncan
Las embarazadas venezolanas también optan por cruzar la frontera para escapar de la alta mortalidad infantil del país vecino, que ya en 2016 aumentó un 30,12% con respecto a 2015
La escalada de la crisis en Venezuela impulsa un tipo particular y aún más dramático de éxodo: el de las embarazadas. Acorraladas por la situación de colapso de los hospitales en el país que dirige Nicolás Maduro, las mujeres cruzan la frontera con Brasil para tener a sus hijos en Roraima. El estado del norte, el menos poblado del país, registraba un promedio de 8.000 partos anuales. En 2017, tras el flujo de los venezolanos, dicha cifra alcanzó los 12.000, lo que supone un aumento del 50%.Buena parte de la población se muestra resentida por la precarización de los servicios públicos —que se están viendo presionados por la demanda de los inmigrantes— y por el aumento de la violencia. La tensión crece, con episodios incluso de xenofobia. A finales del mes pasado, un grupo de brasileños llegó a expulsar, haciendo uso de la violencia, a muchos venezolanos que vivían en Pacaraima, una ciudad de la frontera. Este clima se plasma, a su vez, en la campaña electoral: la mayoría de sus habitantes votará en las próximas elecciones de octubre a candidatos que proponen la restricción de los inmigrantes. Cerca de 127.000 han entrado en Roraima entre el inicio de 2017 y junio de este año.
A sus 42 semanas de gestación, la venezolana Verónica González, de 17 años, caminaba, un sábado de agosto, por el aparcamiento de la maternidad de Boa Vista —la única de todo el estado— por recomendación del médico. «Me han pedido dos horas para decidir si inducirán mi parto, ya que mi embarazo está muy avanzado», explica la joven al lado de su padre. A pesar de estar ansiosa por el nacimiento de Saymar, su primera hija, la adolescente finalmente respira aliviada. Los últimos días, González inició una carrera contra reloj para conseguir dar a luz en Brasil.
La falta de productos médicos en los hospitales de Venezuela la obligó a viajar más de 26 horas en autobús desde la capital, Caracas, hasta Pacaraima, ciudad de Roraima que hace frontera con el país vecino. Desde allí, tras solicitar refugio en Brasil y tener que dormir una noche en la calle, siguió rumbo a Boa Vista. «Si hubiera decidido tener a mi hija en Venezuela, tendría que comprar todo lo necesario para el parto: gasas, toallas, medicamentos y hasta la bombilla de la sala del hospital. No es fácil encontrar esos artículos y, cuando los encuentras, son carísimos. Aquí ya sabía que todo sería gratis», dice la venezolana, que ahora pretende vivir durante los próximos meses con sus padres y sus hermanos en la capital de Roraima.
Las embarazadas venezolanas también optan por cruzar la frontera para escapar de la alta mortalidad infantil del país vecino, que ya en 2016 aumentó un 30,12% con respecto a 2015 —en números brutos fueron 11.466 muertes de niños y niñas de menos de un año—, según los datos oficiales más recientes. «Aun a malas, podría haber tenido a mi hija en Venezuela, pero sería imposible mantenerla viva en esas condiciones sin los alimentos ni los medicamentos necesarios. Le he dicho a mi marido que me vendría a Brasil aunque él no quisiera», explica Ana Carina Aires, de 23 años, mientras amamanta a la pequeña Ricarlys, de tan solo dos meses, en un albergue para refugiados venezolanos en Boa Vista. Ella salió de Valencia, en el norte de Venezuela, cuando estaba de siete meses. «Para llegar hasta aquí he tenido que vender lo único que había conseguido ahorrar para mi hija: cuatro latas de leche en polvo», cuenta Ana, que comparte, junto con su marido, una casa en el albergue con otra pareja que tiene un bebé de diez meses.
Mientras las historias como las de Verónica y Ana son cada vez más comunes, la maternidad Nossa Senhora de Nazaré ve cómo el número de embarazadas venezolanas crece exponencialmente y sobrecarga los servicios médicos de este estado. «Hoy, de cada diez partos en la maternidad, cuatro son de venezolanas. Hemos sido el único estado en Brasil en el que la natalidad ha aumentado, algo que está totalmente relacionado con la llegada de tantas madres venezolanas que cruzan la frontera», afirma Daniela Souza, coordinadora de vigilancia en salud de Roraima. «Necesitamos un hospital de campaña aquí en la capital para poder atender a todo el mundo», dice Souza, aludiendo al aumento de los partos.
Con la escalada de la crisis de Venezuela, algunas embarazadas que viven en ciudades cerca de la frontera también acaban siendo derivadas en situaciones de emergencia a la maternidad de Roraima, lo que compromete aún más la capacidad del hospital. La venezolana Rosangela Hernández, de 30 años, vecina de Santa Elena de Uairén, casi en la frontera, fue trasladada a Boa Vista apresuradamente en ambulancia tras presentar fuertes dolores y una hemorragia cuando solo tenía cinco meses de gestación. «En Santa Elena, que está a más de 200 kilómetros, me dijeron que lo mío era grave, pero que no tenían ningún quirófano preparado ni ninguna sala de cuidados intensivos. Estaba embarazada de gemelos y llegaron a decirme que los había perdido a los dos. Gracias a Dios, una de mis hijas sobrevivió», cuenta la venezolana.
«Somos un estado fronterizo con Venezuela y Guyana, así que siempre atendemos a los extranjeros. Era algo normal. Saben que el derecho al SUS [sistema público y universal de salud brasileño] no se niega a ningún ciudadano, por lo que ellos ya tenían acceso a nuestro sistema de salud. Lo que pasa es que hemos tenido un aumento impactante. Antes ya faltaban camas; ahora, la situación está mucho peor», explica la coordinadora de Roraima.
En la pequeña ciudad fronteriza de Pacaraima, de tan solo 12.000 habitantes, los servicios públicos están aún más asfixiados. Allí, el número de consultas médicas a venezolanos ya supera las realizadas a brasileños. «Actualmente, el 70% de los pacientes son venezolanos», explica Mayara Suzane, en el único hospital local.
Desde que se quedó embarazada, cruzar la frontera de Pacaraima se ha convertido en una rutina para la venezolana Andrea Rodríguez, de 20 años. Vecina de Santa Elena, la joven ya no consigue encontrar medicamentos en su ciudad. Ahora, en su 36 semana de embarazo y a punto de dar a luz a Jesús André, esta venezolana decidió ir al Centro de Acogida administrado por el Ejército brasileño en la ciudad para solicitar un permiso de permanencia temporal de 60 días en el país. El plan de Rodríguez es viajar, durante los próximos días, a Boa Vista, para tener a su hijo en la maternidad de la capital. «Teniendo él la nacionalidad, es más fácil que yo consiga mis papeles en Brasil», confía.
Problemas de nutrición y con el sarampión
La fuerte demanda de atención médica por parte de los venezolanos que cruzan al estado brasileño de Roraima no se limita a la maternidad. Miles de venezolanos llegan con problemas graves de nutrición y con enfermedades como el sarampión (que llegó a estar erradicado en el país) y malaria a los centros médicos brasileños. Antes de que se desatara la crisis migratoria, en 2014, Roraima atendió a cerca de 700 personas. En 2017, ya con un fuerte flujo de venezolanos cruzando la frontera, esa cifra alcanzó los 50.000. Y ya han sido 45.000 los atendidos solo el primer trimestre de este año.
Según la Secretaría de Salud del estado, muchos de esos inmigrantes acuden a los centros de salud en busca de los alimentos que el sistema sanitario ofrece y, al no tener a dónde ir, por lo general no quieren que les den el alta en los hospitales. La coordinadora de vigilancia en salud del estado, Daniela Souza, destaca que actualmente hay más de 5.000 casos de sarampión en América del Sur, y la mayoría procede del virus del genotipo D8, el mismo que volvió a circular en Venezuela desde 2017, lo que significa un claro retroceso en el continente.
Fuente: https://elpais.com/internacional/2018/09/04/actualidad/1536079388_175129.html