¡SON NUESTROS HIJOS!
La gran cantidad de mujeres, a veces con sus hijos, a bordo de embarcaciones que se hunden en el Mediterráneo, rara vez es mencionada y destacada. ¿Por qué? Porque contrariamente a las violencias domésticas, sexuales y sexistas cuya instrumentalización permite justificar la injerencia, la violencia inaudita del sistema capitalista y depredador es ocultada. Pero, en el drama de la emigración, las mujeres están omnipresentes en tanto que madres, esposas y emigrantes.
Cada emigrante engullido por el Mediterráneo o por el desierto es uno de nuestros hijos. Los gritos de los que hoy perecen en el fondo de las calas se añaden a los que se han hundido en el vientre del Atlántico en los tiempos malditos de la trata, inscritos tanto en nuestra carne como en nuestra memoria.
En tanto que madres, sobre la escena del mundo globalizado, vemos desplegarse el destino de nuestros hijos convertidos en parados, emigrantes «clandestinos», narcotraficantes, rebeldes y, actualmente, yihadistas. No bajamos los brazos. Desde los acontecimientos de Ceuta y Melilla, hemos, por nuestra parte, alertado e intentado encontrar alternativas a esas partidas de la desesperación, así como una vida digna para aquellos que nos son devueltos con la muerte de los otros en su alma atormentada. Pero ¿cómo retenerlos en el contexto económico descrito?
Desde Thiaroye en Senegal, las madres y las viudas de los emigrantes desaparecidos en el mar, con la valiente Yayi Bayam Diouf a la cabeza, han venido a vernos a Bamako, en Malí. Después, con las madres y las viudas de los emigrantes malienses desaparecidos en las mismas condiciones, nosotras hemos ido a su vez a Thiaroye donde, al borde de la mar glotona que devora a nuestros hijos, nos hemos recogido. Hemos rezado por aquellos que ya no están y por los supervivientes, más bien los muertos-vivientes, que nos son devueltos.
Porque somos esas madres inquietas y pensantes, porque nuestros hijos están en peligro, porque nuestro mundo vacila, asustado pero ciego y sordo a su dolor, permanecemos vigilantes y rechazamos que ellos sean sacrificados sobre el altar del mercado rey.
SON SUS RIQUEZAS
¿A quién pertenecen los recursos mineros (oro, platino, hierro, bauxita, coltán, níquel, estaño, plomo, manganeso, plata…), energéticos (petróleo, gas natural, uranio…), agrícolas (café, cacao, algodón…), forestales, pesqueros y otros de los que la economía mundializada tiene cruelmente necesidad? Pertenecen a esos hijos que vienen a morir a las puertas de Europa. Para nuestra desgracia, la seguridad energética de la que depende el crecimiento, la competitividad y el empleo en Francia y en Europa está, en parte, ligada al acceso a las fuentes de petróleo, de uranio, de gas así como a las vías para su transporte. Los países de origen de los emigrantes indeseables y desechables, del Sahel y del Magreb, que rebosan de estas riquezas, se convierten en campos de batalla.
Francia y Europa deben reconocer que todos somos perdedores. Por todas partes los ojos se abren. ¿París cree realmente defender el rango y la imagen de Francia en el mundo instrumentalizando el Consejo de seguridad y violando sus resoluciones tal y como ha hecho en Libia? ¿Defiende de forma duradera los intereses de las empresas francesas cuando los pozos de petróleo y las minas de uranio y otros recursos estratégicos se convierten en polvorines? ¿Defiende a los franceses y a su libertad de circulación cuando las zonas declaradas de riesgo, cuyo número no cesa de aumentar, les son prohibidas? Acabaremos todos confinados.
LA CONVERGENCIA DE LAS LUCHAS: EL ÁFRICA Y LA EUROPA DE LOS PUEBLOS
Bruselas se declara conmocionada. Tiene una ocasión histórica de decir la verdad sobre el conjunto de causas de esta tragedia y hacer así justicia a los pueblos expoliados y humillados de África. Ciertamente es pedirle demasiado. Pero debe hacerlo, no solamente por respeto a las vidas que se propone salvar sino también por sus propios pueblos de los que una buena parte sospecha que ha debido sucederle a África lo mismo que le sucede en este momento a Grecia, España e Italia.
No concebimos cómo un modelo económico que no resuelve la papeleta a los pueblos de Europa podría sacar a África del atolladero. Son los lobbys (algodoneros, petroleros, mineros, del armamento y otros) quienes deciden la política exterior de las potencias occidentales. «Estamos rodeados» apunta Susan George a propósito de lo que ella llama «la autoridad ilegítima» en Europa. «Lobistas al servicio de una empresa o de un sector, PDG (Presidentes Directores Generales en sus siglas francesas) de trasnacionales cuya cifra de negocios es superior al PIB de varios países en los que éstas están implantadas, instancia cuasi estatal cuyas redes tentaculares se despliegan bastante más allá de las fronteras nacionales: toda una cohorte de individuos y de empresas que no han sido elegidos, que no rinden cuentas a nadie y cuyo único objetivo es amasar beneficios están en vías de tomar el poder y orientar la política oficial.»
Tanto el incremento de los flujos migratorios hacia Europa como la rebelión en el norte de Malí y la yihad son consecuencias del fracaso lamentable del desarrollo económico de África en el marco de la mundialización capitalista; consecuencias que Europa no tiene la voluntad ni el buen juicio de ver ni de comprender a través de todos esos cuerpos errantes o sin vida ante sus puertas.
Hay que terminar definitivamente con las relaciones totalmente desequilibradas y esencialmente orientadas hacia los intereses de Europa, de las finanzas y del comercio.
A riesgo de ver nuestro mundo zozobrar.
El naufragio sería entonces global.
Otra colaboración franco-maliense y euro-africana se impone sobre la base de un auténtico diálogo.
Aminata Dramane Traoré
Nathalie M’Dela-Mounier
(Bamako, 22 de abril de 2015)
(Traducción de Juan Montero y Antonio Lozano)