Rompiendo el silencio del aborto espontáneo: “Me sentí una fracasada, como si fuera mi culpa”

Enrique Alpañés 25/Mayo/2023

El verano pasado, en una calurosa tarde de agosto, Susana Thakur, de 38 años, y Amaya (que prefiere no dar su apellido), de 39, bailaron, bebieron y celebraron en la boda de un amigo. Ninguna de las dos lo sabía entonces, pero ambas estaban embarazadas. Meses más tarde, cuando sus respectivos médicos les anunciaron, con un par de semanas de diferencia, que habían sufrido un aborto, las dos echaron la vista atrás, a esa noche, y se preguntaron si quizá habían hecho algo mal: si habían bebido una copa de más, saltado demasiado fuerte. Igual fue aquel canapé de jamón o el queso sin pasteurizar. Sabían que era una actitud masoquista, pero desconocían hasta qué punto era una actitud común.

Según un estudio del Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos, las mujeres que sufren un aborto espontáneo tienden a culpabilizarse, lo que les hace sentirse aisladas y solas. Al sufrirlo, se multiplican por dos las posibilidades de sufrir depresión y ansiedad y por cuatro el riesgo de suicidio.

Después de buscar culpas en el pasado reciente, Amaya y Susana rebobinaron aún más atrás. Se cuestionaron toda su vida y se hundieron en la depresión. “Pensé que ya era demasiado tarde, que no tenía que haber esperado tanto tiempo a quedarme embarazada”, explica Amaya, que no da su apellido por miedo a que le penalice en la búsqueda de empleo. “Me sentí una fracasada, como si fuera mi culpa”, apunta Susana. Estas dos madrileñas de clase media y vida media se conocen desde hace 15 años. Se consideran amigas. Pero no se contaron por lo que estaban pasando. Durante meses se vieron, se preguntaron “¿qué tal?”, y se respondieron que “bien, gracias, ¿y tú?”. Sonrieron y hablaron de fruslerías mientras estaban rotas por dentro.

Cada año se producen 23 millones de abortos espontáneos en todo el mundo, lo que equivale a 44 pérdidas de embarazos cada minuto. Sucede constantemente y, sin embargo, parece que no suceda nunca. Entre el 15% y el 25% de los embarazos reconocidos clínicamente acaban en pérdida. “Cuando el médico me comentó estos datos, me quedé de piedra”, explica Susana en conversación telefónica. “No pensé que esto le pasara más que a un 0,5%. Y, la verdad, jamás me planteé que me pudiera pasar a mí”, reconoce.

Susana creía que el aborto espontáneo era una trágica excepción. Cuando le sucedió a ella se empezó a convertir en una posibilidad: una entre cuatro. A Amaya le sucedió lo mismo. Al compartir su experiencia salieron a flote otras historias similares. Llevaban años sumergidas en su entorno social, como minas en un mar en calma. “Es alucinante la cantidad de casos que hay a tu alrededor, la cantidad de gente que pasa por esto y no lo cuenta”, reflexiona con un té en la mano y un trauma todavía reciente.

El del aborto espontáneo es un club secreto al que nadie quiere pertenecer. Y solo al ingresar una se da cuenta de cuán grande es. “Hay una especie de mandato social que te empuja a no contarlo”, explica en conversación telefónica la psicóloga especializada en duelo perinatal Pilar Gómez-Ulla. “Parte de la idea de que, si lo pierdes, mejor no haber montado mucho espectáculo, mejor no haberlo dicho. Pero eso también significa que, en ese caso, estás sola”, añade la experta.

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DVD1160 (11/05/2023) Amaya, izquierda, y Susana, dos mujeres que sufrieron abortos espontáneos, posan en la Plaza de España en Madrid. ANDREA COMAS