ANA SOLÍS Martes, 12 septiembre 2017, 09:02
El marinero ovetense Juan Rodríguez de la Fuente salva a una niña que nació sin aliento después de un largo viaje en patera por el Mediterráneo.
Miles de personas huyendo de la muerte y enfrentándose a las cruentas adversidades que supone cruzar mares en barcazas y cifras de récord que no paran de superarse. Esa es la realidad nuestra de cada día, desde hace ya varios años, frente a las costas europeas.
El número de víctimas sigue siendo demasiado elevado. Pero, mientras unos miran hacia otro lado, otros se mantienen al pie del cañón, trabajando sin descanso. Juan Rodríguez de la Fuente es uno de esos profesionales que se dedican a socorrer a los ocupantes de las pateras que surcan el Mediterráneo. Este marinero ovetense forma parte de la tripulación de uno de los dos barcos que la ONG española Proactiva Open Arms mantiene frente a las costas libias y sabe que un rescate nunca es tarea fácil. «Siempre te esperas que pueda haber cadáveres por el tiempo y las condiciones con las que viajan. Puede haber ahogamientos o intoxicaciones», explica. Una cruel realidad a la que cada día tienen que enfrentarse él y sus compañeros. Aunque hay veces en las que la esperanza es más fuerte que cualquier otra cosa.
Miracle es la personificación de ese halo de ilusión que en ocasiones se sitúa sobre el Mediterráneo. Como muchas otras mujeres, la madre de la pequeña se subió a una patera con un embarazo muy avanzado. Junto con los demás migrantes, se enfrentó a la muerte en alta mar y consiguió arribar hasta el ‘Open Arms’ y ser rescatada.
Allí comenzaba otra historia de lucha. La de su hija, que no quiso esperar más para nacer. «Es muy habitual que haya embarazadas. Por eso no le das mucha importancia al hecho de que alguien vaya a nacer en el barco. Así que, cuando la mujer empezó a tener dolores muy fuertes y nos avisaron de que había roto aguas, nos movimos rápidamente. Pero, antes de que pudiera ponerme los guantes, nació», relata Juan. Los momentos siguientes fueron críticos y, sin duda, de los más de los más duros a los que han tenido que enfrentarse los miembros de la tripulación: «El médico empezó a tocarle la espalda y los pies para que llorara. Yo no tengo ni idea de partos y no sabía cuánto tardaría en llorar, pero llegó un punto en el que sabía que algo iba mal». La pequeña no respiraba.
Y, mientras que el médico, otro compañero y él mismo vivían minutos que les parecieron eternos, los voluntarios y el resto de los miembros de la tripulación se afanaban por sacar del agua a los ocupantes de otra patera con más de cien personas. «Empecé a hacerle la reanimación cardiopulmonar, pero seguía sin aliento. Tenía un color horrible, azulado, y estaba muy fría, pero seguimos y seguimos hasta que empezó a respirar. Al final, lo conseguimos. Ella lo consiguió».
Y así, ante los ojos atónitos de decenas de personas que acababan de salvarse de morir ahogadas, la emoción de su madre y los aplausos, Miracle (en español, Milagro) le ganó la batalla a la injusticia. «Fue un cúmulo de sensaciones. Primero, el miedo a no poder reanimarla. Pero también unas ganas inmensas de que saliese adelante».
Era la primera vez que Juan y sus compañeros se enfrentaban a algo así. Y nunca lo podrán olvidar. «Algo tan pequeño depende de ti. No fue perfecto, pero jamás lo habíamos hecho antes. Y entre los tres la reanimamos lo mejor que pudimos. Yo acabé con las manos temblando del esfuerzo, pero fue increíble ver cómo la vida de un bebé se impone a la muerte, que empieza a bostezar y te agarra el dedo».
Un barco de guerra evacuó a la madre y a la pequeña hasta un hospital en Palermo (Italia), donde ya están recuperándose y esperando a reencontrarse con el padre, que también viajaba en la embarcación. «Después de los nervios, fue un momento feliz, inolvidable».
Fuente: http://www.elcomercio.es/oviedo/milagro-alta-20170912000457-ntvo.html